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Comencemos la Cuaresma

Litúrgica, cristiana y eclesiásticamente hablando, marzo es un mes bastante ocupado. Nuestra Iglesia es heredera de una tradición dada a ella por el movimiento de iglesias reformadas, directamente ligada al movimiento protestante luterano. Ésta, a su vez, es descendiente directa del catolicismo. Finalmente, la Iglesia Católica Romana es heredera de la iglesia primitiva, la cual obtenía muchas de sus características del judaísmo. Explicado esto, entremos a marzo, y disfrutemos de una rica herencia judía y cristiana.

Comencemos, pues, con lo primero que nos atañe — Miércoles de Ceniza, este año el 25 de febrero. Es el miércoles que da inicio al período conocido como Cuaresma. El nombre dies cinerum (día de las cenizas) se encuentra ya desde el siglo VIII en los sacramentarios gregorianos. En este día todos los fieles, de acuerdo a una costumbre muy antigua, eran exhortados a ir al altar antes del comienzo del culto donde el sacerdote, sumergiendo su dedo en cenizas, marcaba sus frentes con la señal de la cruz, diciendo: "Recuerda que eres polvo, y al polvo volverás", ésta una afirmación muy bíblica. Las cenizas se hacían quemando las palmas utilizadas el Domingo de Ramos del año anterior.

No hay dudas que la costumbre de distribuir cenizas a los creyentes, salió de una imitación devota de la práctica observada en el caso de los penitentes públicos. Ya se sabe que la práctica era observada por cleros y creyentes para el 1091.

Como buenos cristianos que somos, vayamos a la Biblia. En los libros del Antiguo y Nuevo Testamentos, los hombres que se arrepentían de sus pecados se echaban cenizas y vestían sus cuerpos con tela de saco. La práctica fue acuñada por la iglesia para comenzar de esa forma penitencial la Cuaresma, significando que debían arrepentirse de sus pecados durante toda la Cuaresma.

Es entonces que el Miércoles de Ceniza es una celebración cristiana que da comienzo a la Cuaresma. Este es un tiempo litúrgico de conversión, que nos prepara para la gran fiesta de la Pascua. Es tiempo para arrepentirnos de nuestros pecados y de cambiar algo de nosotros para ser mejores y poder vivir más cerca de Cristo.

Dura 40 días; comienza con el Miércoles de Ceniza y termina con Jueves Santo. Durante este tiempo, hacemos un esfuerzo por recuperar el ritmo y estilo de verdaderos creyentes que debemos vivir como hijos de Dios. Es un tiempo de reflexión, de penitencia, de conversión espiritual, de preparación al misterio pascual.

En la Cuaresma, somos invitados a cambiar de vida. La iglesia nos invita a vivir la Cuaresma como un camino hacia Jesucristo, escuchando la Palabra de Dios, orando, compartiendo con el prójimo y haciendo buenas obras. Nos invita a vivir una serie de actitudes cristianas que nos ayuden a parecernos más a Jesucristo, ya que por acción de nuestro pecado, nos alejamos más de Dios.

Es el tiempo del perdón y de la reconciliación fraterna. Cada día, durante toda la vida, hemos de arrojar de nuestros corazones el odio, el rencor, la envidia, los celos que se oponen a nuestro amor a Dios y a los hermanos. En Cuaresma, aprendemos a conocer y apreciar la Cruz de Jesús — la cruz que muchos creyentes no quisieran ver en los altares, o en los cuellos de pastores... Con esto aprendemos también a tomar nuestra cruz con alegría para alcanzar la gloria de la resurrección.

La práctica data desde el siglo IV, cuando se da la tendencia a construirla en tiempo de penitencia y de renovación para toda la iglesia, con la práctica del ayuno y de la abstinencia. Y nos preguntaremos, ¿por qué 40 días? La duración está basada en el símbolo del número 40 en la Biblia. En ésta, se habla de los 40 días del diluvio, de los 40 años de la marcha del pueblo judío por el desierto, de los 40 días de Moisés y de Elías en la montaña, de los 40 días que pasó Jesús en el desierto antes de comenzar su vida pública, de los 400 años que duró la estancia de los judíos en Egipto.

En la Biblia, el número 4 simboliza el universo material, seguido de ceros significa el tiempo de nuestra vida en la tierra, seguido de pruebas y dificultades.

Aunque nuestras raíces denominacionales se hallan en varios lugares de Europa y los Estados Unidos de América, podemos recordar como dato histórico que el 17 de marzo se conmemora el Día de San Patricio, apóstol de Irlanda. Más allá de recordarnos el centro comercial más concurrido de Guaynabo, Puerto Rico(y donde se toma el mejor café de la misma ciudad — el de Starbucks, claro está), este personaje vivió en la Irlanda del siglo 5. A los 16 años, fue llevado como esclavo a Irlanda, donde fue pastor de un rebaño (¡de animales, no personas!), y donde se pasaba orando muchas veces en el día. Oraba tanto, que ni la nieve, ni el hielo, ni la lluvia le impedían que lo hiciera en cualquier momento. En esos seis años de cautiverio, se preparó para su apostolado futuro. Adquirió un conocimiento perfecto de la lengua celta, lengua que utilizaría para predicar el lenguaje de la Redención a ese pueblo pagano. La relación con su amo, Milchu, un sacerdote druida, le permitió familiarizarse con todos los detalles de la religión druida, cuyas ataduras ligaban a la raza irlandesa y él, Patricio, pronto desataría. Fue el instrumento que Dios usó para llevar el cristianismo del siglo 5 a Irlanda.

Finalmente, y para no olvidarnos de nuestras raíces judías, el 6 de marzo se celebra Purim. Y ¿qué le puede enseñar a la comunidad puertorriqueña y caribeña una celebración judía de miles de años? Hermanos y hermanas, cuando creemos que las cosas están bien, seguras y tranquilas, alguien nos va a querer hacer mal, alguien querrá aniquilarnos. Y no nos pongamos tan drásticos como para pensar que el drama del Holocausto Nazi se repetiría en San Juan o en Cataño, pero sí pensemos que algún día nuestra buena fortuna, o buena bendición, se puede acabar con la simple orden de un Amán cualquiera. Quiera Dios que nos encuentre tan fieles a Él como Mardoqueo, y con tanta valentía como Ester, capaz de hablarle a las autoridades pertinentes a favor del pueblo de Dios, sin importar las consecuencias. Sobre todo, hermanos y hermanas, la falta de mención del nombre de Dios en el libro de Ester nos enseña algo muy grande –Dios está con nosotros aunque no lo veamos. La mano de Dios en este mundo está, aunque Su nombre no se mencione, aunque Sus "representantes" no se vean, aunque Su apellido — PAZ — sea sustituido por la palabra que más Él aborrece, GUERRA.

Hermanos y hermanas, reflexionemos dentro de nuestros corazones con la actitud introspectiva y penitencial que nos dará la Cuaresma. Pensemos que somos polvo, cenizas al viento, pasajeros; o sea, no nos dejemos cegar por nuestras diferencias y pequeñeces, vivamos el perdón y la humillación cuaresmal. Volvamos al celo de la oración, tan efectiva hace mil años como ahora. Será la oración la que nos ayudará a sobrellevar momentos difíciles de persecución y amenaza, como le sucedió al pueblo de Ester. Y, finalmente, no tengamos miedo a lo desconocido. San Patricio no tuvo miedo ni a la cultura, ni a la religión, ni a la lengua. Fue así que sirvió de bendición a una nación entera. Que nuestro celo misionero no se acabe.

Por Julio R. Vargas-Vidal
Coordinador de Información Electrónica y Programa de Capillas
Electronic Information and Chapels' Program Coordinator

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